
Quien está viviendo el duelo siente tanta impotencia y dolor encerrado en su corazón, retenido como una olla de presión, que es bueno que pueda llorar. ¡Qué verdad más real! Las lágrimas lavan el espíritu y permiten abrir el caudal del dolor, dando a la persona doliente la oportunidad de expresar su sentir y comenzar el trabajo del duelo. William Worden propone varias tareas esenciales en este proceso:
Aceptar la realidad de la pérdida.
Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida.
Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente.
Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.
El dolor se vive internamente y es muy difícil definirlo o describirlo. Sin embargo, podemos acercarnos a comprenderlo cuando la persona en duelo se expresa y tiene el derecho de llorar, de elaborar su dolor y trabajarlo. Al inicio del duelo, es común entrar en un estado de shock, donde nada parece tener sentido. El tiempo se percibe como detenido, y la vida se torna irreal. Es crucial vaciar el dolor para volver a conectar con la realidad.
Muchas veces negamos a los dolientes este derecho, intentando que "olviden" o "pasen página". Sin embargo, el mejor camino para sanar el dolor es vivirlo. Este sentimiento, aunque doloroso, es una parte esencial de la experiencia humana. Negarlo solo prolonga el proceso de duelo.
La negación y el camino hacia la aceptación
La negación del dolor suele manifestarse con preguntas como: “¿Por qué a mí?” o “¿Esto realmente está pasando?”. Es un mecanismo de defensa temporal que nos ayuda a lidiar con la pérdida, pero el duelo no es lógico. Aunque es parte de nuestra naturaleza, nos saca de nuestra estructura habitual y de nuestra zona de confort. Reconocer el dolor como una parte inevitable de la vida es el primer paso hacia la sanación.
Aceptar la realidad de la pérdida implica comprender que lo perdido ya no volverá y que la vida será distinta. Un ejemplo común de negación son los padres que pierden a un hijo y mantienen su habitación intacta, como si el tiempo no hubiera avanzado. Aunque esta acción pueda brindar consuelo temporal, también puede dificultar el proceso de aceptación.
Trabajar las emociones y expresar el dolor
El duelo es un proceso emocional intenso. No hay sentimientos buenos o malos; todos son válidos y necesarios. Aprender a regular y convivir con ellos es clave para la sanación. Las lágrimas, por ejemplo, son una vía natural para desahogar el dolor interno. Desde la infancia, llorar ha sido una forma de liberar tensiones y procesar emociones.
A menudo, el entorno social no favorece esta expresión. Intentan “pavimentar” un camino sin dolor, evitando el tema de la pérdida y reprimiendo las lágrimas. Sin embargo, recordar al ser querido, hablar de él y llorar su ausencia son pasos fundamentales para adaptarse a una nueva realidad.
Adaptarse y continuar viviendo
Una de las tareas más desafiantes del duelo es adaptarse a un entorno en el que el ser querido ya no está. Esto puede incluir asumir nuevas responsabilidades o cambiar rutinas que antes compartían. Aunque estas actividades puedan evocar recuerdos dolorosos, también son una oportunidad para construir una nueva vida.
La memoria del ser querido no debe temerse. Recordar sus enseñanzas, su amor y su legado es una forma de honrar su vida y encontrar gratitud en medio del dolor. Eventualmente, este proceso permite recolocar emocionalmente al fallecido, dándole un lugar especial en nuestro corazón mientras seguimos adelante.
Reflexión final
El duelo es un camino único y personal. No hay atajos ni soluciones mágicas. Es un proceso que requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, permiso para sentir. Las lágrimas son una válvula que libera el peso del dolor y nos ayuda a avanzar.
Recuerda: no estás solo en este proceso. Si necesitas ayuda, busca el apoyo de amigos, familiares o profesionales que puedan acompañarte en este viaje. Desde el Centro de Acompañamiento Emocional (CAE), trabajamos contigo para que encuentres el espacio y las herramientas necesarias para sanar. Porque el derecho de llorar es también el derecho de sanar.
Este artículo está inspirado en el texto "Educar en Duelo", basado en el libro ABC del Duelo de Gonzalo Yávar y Moisés Atisha.
Comments